De entre las necesidades básicas de Maslow que toda persona debe satisfacer en su infancia y adolescencia, están las necesidades de supervivencia o sentirse seguro y protegido; necesidades sobre sus relaciones afectivas, sentirse amado y acogido; y por último sus necesidades relacionadas con la autoestima, sentirse elogiado y capaz.

Una parte importante de mis clientes no guardan un mal recuerdo de la relación con sus padres, sin embargo sí hay un patrón que se repite y que, a mi entender, corresponde a la cultura educativa de ciertas generaciones anteriores. Este patrón tiene una afección importante en la autoestima de mis clientes y les ha generado una personalidad caracterizada por una alta autoexigencia. La constante detección por sus progenitores de lo que deben mejorar, de lo que no hacen bien y el poco refuerzo o poca importancia a sus fortalezas o virtudes.

Este patrón educativo genera un temor a no sentirse capaz al no haber sido elogiado lo necesario. Fruto de esa educación o infancia, les genera una alta autoexigencia sin autoconfianza, que por lo general empuja a mis clientes a conseguir los objetivos que se proponen, pero con una alta insatisfacción sobre sus méritos.

Y es que debemos identificar nuestras fortalezas, virtudes, lo que hacemos bien para que, fortalecidos y empoderados, acometamos esos márgenes de mejora que somos conscientes que debemos trabajar. Como decía Marguerite Yourcenar en sus «Memorias de Adriano» de obligada lectura «Nuestro gran error es intentar obtener de cada uno en particular las virtudes que no tiene, y desdeñar el cultivo de las que posee».

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Foto Johnhain / Pixabay

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